julio 26, 2010

Durmiendo en la Calle

Caminan descalzos y sin camisa, o bien vestidos pero sin bañarse en varios días, venden chicles, limpian carros, piden dinero, llevan consigo la franela, la muleta, el vicio, la soda o la cerveza, una navaja y el rosario, tratan de dormir acompañados de lo que nunca les abandona; la incertidumbre, lo mas pesado de su historia.
“En ninguna parte es seguro, me han hecho cosas, cosas para la vida”, asegura Belsazar Contreras, procedente de Sinaloa, quien descansa en el parque Chapultepec sin camisa, usa una muleta para apoyar su única pierna y se mantiene sonriendo a todo lo que escucha.
“Pido dinero”, dice, luego así puede comer en “Doña Paula” el caldo de res que tanto le gusta, es su única comida, no siente calor si consigue la cerveza y cuando el frió llega, se las ingeniará para tomar algo caliente, aunque regularmente “las tardes son para el tequila”.
En los días de lluvia buscará un rincón entre los locales del centro de la ciudad, así lo ha hecho en veintiséis años vagando, cuando en medio de la lluvia se siente mas triste que de costumbre.
A poco mas de la media noche, Belsazar sigue solo recostado en el zacate y tal vez logre pasar la noche ahí, puesto que hay un Modulo de Atención a Ciudadanos a la orilla del parque del que a todas horas entran y salen policías, dispuestos a llevarse entre 10 y 12 necesitados en veinticuatro horas.
Ciertamente aunque predominan hombres, la policía trata igual a las mujeres, nunca escapan. Con más de veinticinco años de bolero en el parque Chapultepec, Sergio Cantύ platica; “Ahora solitos se suben, ya están acostumbrados”. Por tal razón, al parque son cada vez menos los que se quedan a dormir, por la misma razón por la que para Sergio Cantύ “…el parque quedo en tradición nada mas”.
Pero para Belsazar Contreras, el parque es su mejor opción, dice que nada lo molesta ahí, ni se acuerda de las hormigas. Aveces cuando esta recostado extraña a su mama, parece no pensar en nada mas, hasta que te señala con el dedo y se acerca a tu cara como si hablara en secreto; “La Kimberly me despierta cuando pasa por aquí, esta chiquita y yo se que me tiene miedo”, desde lejos puedes ver que no deja de reír.
A diferencia del Parque Chapultepec, la plaza “El Mariachi” no abandona de día su semblante, por un lado predominan los señores de la tercera edad, en las bancas, los mariachis que esperan desde la tarde quien los oiga cantar y por todas partes, sentados, recostados o de pie, sus casi dueños; los “sin oficio ni beneficio”, indigentes tratando de dormir, buscando el breve descanso.
Ahí estaba quien vestía de blusa rosa y pantalón blanco, quien llevaba pantuflas y traía en la mano una bolsa de plástico. Guadalupe López “la Güera”, tiene familia, un hijo que le da dinero y bien podría dormir en casa de una tía, pero ella quiere platicar con alguien, no escuchar que es una mantenida y respirar “el aire libre del parque”, ahí donde prefiere dormir, el único lugar donde asegura “no se hace larga la noche”.
“No es que se sienta bonito oiga, es la necesidad de uno” dice la güera, platica entre cortado, no pierde su dejo de queja y explica que a lo único que le teme es a los “señores drogados” que se pelean por cigarros y se roban el vicio entre si.
“Yo me peleo con una cubana que ya tiene mucho que no viene, ella me avienta con cosas”, la güera solo le responde y saca su rosario, también lo hace cuando los hombres del parque empiezan a decir; “Llévense a la güera al hotel”, pero ella asegura; “yo no les pido nada, a mi no me piden permiso para llevarme”.
Guadalupe López nunca ha ganado mas de diez pesos vendiendo chicles, pero con eso puede comprase un “Boli” en tiempo de calor, mientras que en el frió, abandona su costumbre de salirse de casa y regresa donde la tía, ahí donde nadie platica con ella, extrañando el “que has hecho” de los compañeros eventuales del parque.
“El parque de los Huainos”, es como se le ha llamado de un tiempo a la fecha a la plaza el Mariachi, “aquí es un desastre, es como Garibalidi en México, pasas y adiós”, asegura José Leonel Soto, quien tiene 15 años trabando con el mariachi en Mexicali.
Ciertamente la atmósfera nocturna es pesada, predominan quienes duermen en ropa sucia y cargan con una mochila, a veces solo llevan más ropa sucia que ponen en el zacate para no sentir comezón, “se quedan como unos veinte a dormir” comenta el señor José, pero en el transcurso de la noche “la policía se lleva a casi todos”.
Aun así, la Güera a podido dormir hasta cinco horas, se baña en parque en tiempo de calor y reza a veces porque es católica, no piensa en nada, solo quiere platicar y cuando le roban el dinero que le da su hijo, va y come en el albergue “Oasis del Amor”, acompañada de “unos cuarenta” a los que se les reparte fríjol y arroz, ahí donde también a dormido, jura no regresar al “olor a patas”, muy distinto a respirar los distintos olores que se alternan entre los árboles secos de la ciudad.
Las trayectorias abundan, cerca o lejos de donde duerme “la güera”, esta quien ha pasado diez meses en el Cereso, se ha ido de mojado a Los Ángeles, quien ha pisado la comandancia más de cien veces y quien ha tenido que pagar a la “placa” para que no se lo lleven. Por lo anterior, prefiere el anonimato.
Es joven, entre veinticinco y treinta años, moreno, delgado y estatura media, su compañero solo lo escucha y afirma, el dice orgulloso que ha pasado hasta tres días sin dormir, quizá es el efecto la “marihuana o el pisto” que dice consumir y por el que lava carros, o carga tráiler en la yarda.
Asegura haber sufrido maltrato por parte de la justicia, que le han pedido hasta veinte dólares por soltarlo, y que el, como muchos otros, se cuidan de que se los lleven al “callejón que esta por la catedral”, ahí donde los policías los golpean.
Así es como esta impuesto a dormir en la calle, lo hace con una navaja para no tener miedo, aun cuando a pasado “cinco o seis” veces la noche en el panteón, así como en casas abandonadas, dice cuidarse mas en los parques, donde acomoda tablas en los árboles para esconderse de las guardias, así lo ha hecho por mas de diez años, entre el hambre y el vicio, ya no recuerda la comodidad de una cama.
Para Los Mariachis “Todo el tiempo a sido lo mismo”, Rubén Lara Soto insiste en que no ha bajado la cantidad de necesitados que llegan a dormirse ahí, y comenta: “Es en el verano cuando hay mucha gente”. Así, con quince años trabajando en el parque asegura haber visto como algunos han muerto y la policía llega y avisa “aquí esta la carga”, pasan los años y el parque sigue resguardando nuevas historias.
En el centro viejo de la ciudad las historias se cruzan todos los días, no se dan las buenas tardes, pero seguramente por casualidades de la vida, en una misma banca han dormido muchos similares.
Te puedes encontrar con alguien que no querrá darte su nombre, hasta que un tercero aparece, la jala, la ofende y le grita “dame mi dinero Maria”. Maria avergonzada volteará a verte, no aceptará su nombre pero te dirá “ahora te cuento todo, solo déjame lo llevo a que coma algo”. Ahí estas en la mesa de una cenaduría escuchando la historia de una migrante que lleva cuatro años tratando de descansar en algo mas que las calles de Brolley, Salinas, Las Vegas y Mexicali.
“Dormí quince días en la calle”, asegurá, y se molesta al recordar como en Las Vegas te ven como animales, “si nos ven sucios, despeinados, los mismos mexicanos que ya tienen techo, esos son los que mas nos discriminan”, es cuando siente la tristeza de no ver a su familia y la pasa muy mal en medio de una ciudad desconocida.
Maria tiene 45 años, es de Michoacán, cinco de sus hijos viven allá, solo uno vive en el otro lado, su historia en breve bien puede ser la de muchas mujeres, ella no conoce de vicios, es humilde, y solo piensa en regresar por sus hijos que tiene dos años sin ver, buscar casa en Mexicali y empezar de nuevo.
Su marido la dejo cuando ella le confeso; “el coyote abuso de mi”, ahí termino todo dice, “por eso tengo cuatro años así, trabajando en la ciruela, el apio, la lechuga, el melón y la uva”, lo ha hecho por periodos, mismos en los que ha dormido sin protección, y ha tenido que pasar por el peligro de dormir cerca de los “viciosos”.
“La gente que vive en la calle son viciosos, allá los mexicanos buscamos ayuda para salir adelante, pero yo he dormido en la calle por que no me gusta pedir ayuda, luego te la quieren cobrar”, luego agrega “solo he podido dormir bien en la calle cuando el esta conmigo”, refiriéndose a quien la insulto momentos atrás.
El hombre que se va con ella al otro lado es su nuevo compañero, se ve mas joven, es drogadicto y ella dice soportarlo porque es mejor dormir en la calle acompañada que sola, “Una vez me aventó a la calle sola, camine dos cuadras y dos gringos me corretearon, te dicen mexicana entupida”.
Pese a todo, Maria asegura que es mas peligroso dormir en las calles en México, “Te confunden con una prostituta, de un carro se baja alguien y te quiere subir, ayer me paso eso, pero apareció la policía y ellos se fueron, yo corrí”. Por ese tipo de experiencias ya no cree en nada, piensa que la gente que la a querido ayudar es para sacar algo a cambio, “yo en lo único que creo es en Dios”.
Maria se mantiene nostálgica, pensativa, solo carga con su monedero con el ultimo sueldo, el hombre la espera, espera “sus” veinte dólares que ella asegura no le dará, “uno ya no piensa en nada, uno quiere superarse, pero inclusive he comido de la basura”. Insiste, todo es por sus hijos.
Puede pensarse en las limitadas opciones que tienen quienes son indigentes, en sus distintas condiciones; migrantes, drogadictos, lisiados o enfermos mentales, pero todos ellos pasan los días recreando un estilo de vida, caminan por las calles, se las ingenian para comer, para ganar dinero, para obtenerlo, para hacerse del vicio, o para dormir, unos lo hacen un grupos que rara vez son mas de cinco, porque desconfían de ellos mismos, porque conocen la necesidad.
Mientras tanto, Maria se fue con su joven compañero, hay que regresar a las calles del vecino país, hay que seguir tratando de dormir mientras se espera el día siguiente, ella para trabajar, muchos otros para ver que alma caritativa les brinda una cobija, unas monedas, un plato de comida.
Muchos siguen caminando por toda la ciudad, ya ni si quiera se espera la noche para cerrar los ojos, no importa la hora, no hay donde dormir, lo harán en cualquier parte de todas maneras puesto que la necesidad es la misma, y las opciones también.

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Publicado, Semanario Siete Días